jueves, 23 de julio de 2009

Siesta margariteña


Mi esposa, una bella venezolana, recién regresó de un corto viaje a Venezuela. El no poder acompañarla me dejo con la doble melancolía de no tenerla a mi lado y de las memorias que ya hemos compartidos en su hermoso país.

En Margarita, isla divina,
el calor y la brisa es una
y la mujer en la esquina
con sus manos amasa
las empanadas de cazón-
-dan suficiente razón
para siesta al medio día
bajo cocal frente a la mar
pescadores convierten sus redes
hamacas útiles al reposar
y las gaviotas no educadas
gritan muy rudo al revolotear
entre sardinas; vertiginoso manjar,
dos pelicanos aprovechados
volando muy bajo llenan sus sacos,
un pobre cangrejo desde la orilla,
atosigadas tenazas,
espera su turno con esperanza.

A pesar de este tumulto,
las olas siguen su rumbo,
el resto del mundo descansa
y yo me sumo a la comparsa,
divina siesta en Margarita.

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